Recibido: martes, 06 de noviembre de 2007
Entrevista
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“Las aplicaciones son las grandes suministradoras de
problemas matemáticos fundamentales”
Enrique Zuazua, Premio Nacional de Investigación 2007
Ignacio
F. Bayo
Divulga, SL
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Enrique Zuazua
Iriondo, catedrático
de Matemática Aplicada de la Universidad Autónoma de Madrid, ha sido
galardonado en 2007 con el Premio Nacional de Investigación “Julio Rey Pastor”
en Matemáticas y Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, por “sus
numerosas y relevantes contribuciones” en los ámbitos de las ecuaciones en
derivadas parciales y de la teoría del control.
Nacido en Eibar en 1961, Zuazua se
licenció y doctoró en Ciencias Matemáticas por la Universidad del País Vasco.
En 1988 se doctoró también por la Universidad Pierre et Marie Curie (París),
teniendo como mentor al prestigioso matemático Jacques-Louis Lions. Autor
de más de 150 artículos publicados en revistas especializadas, Zuazua es uno de
los científicos españoles más citados y fue conferenciante invitado del
International Congress of Mathematicians, celebrado en Madrid en agosto de
2006. Ese año obtuvo también el Premio Euskadi de Investigación de Ciencia y
Tecnología.
Zuazua es en la actualidad
Investigador-Coordinador del proyecto Ingenio
Mathematica (i-MATH), en el que participan más de 300 grupos de investigación
españoles. Además, es director de IMDEA-Matemáticas, el instituto de
investigación matemática de excelencia que la Comunidad de Madrid
inauguró el pasado mes de septiembre.
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¿Qué supone para
usted el Premio Nacional de Investigación Julio Rey Pastor?
Me resulta muy emocionante, porque
este galardón resalta la inmensa capacidad de la combinación de las
matemáticas con los nuevos métodos de computación, para contribuir a entender
el funcionamiento de nuestro mundo, y a la vez mejorar nuestra calidad de
vida abordando problemas como la protección del medio ambiente o la creación
de mejores microchips. En cualquier caso, este premio reconoce la labor de
muchos doctorados, colaboradores y colegas que han contribuido a que mi
trabajo tenga más valor.
¿Cómo ve el estado actual de las matemáticas en España?
Las estadísticas revelan un
aumento espectacular en nuestra investigación matemática, pero también
indican que aún nos falta impacto para situarnos en la excelencia. Los
matemáticos deberíamos abordar esto como un reto personal, en el que además
necesitamos estrechar la relación de las matemáticas con otras disciplinas. Y
resulta esencial acercar las matemáticas a la sociedad, lo que exige un
esfuerzo especial a la comunidad matemática.
¿Cuándo sintió la llamada de las matemáticas?
A mí me gustaron siempre, desde
pequeño tuve una cierta afición por los números, por los cálculos. Yo
estudiaba en el Colegio La Salle, con los frailes, y era una educación en la
que le daban mucho peso a las operaciones, a hacer grandes divisiones,
grandes sumas, y siempre fue algo que se me dio bien y lo hacía con rapidez y
disfrutaba con ello.
Así que a la hora de elegir carrera lo tenía claro, ¿no?
No, para nada, soy de los que
llegaron al COU sin una vocación clara. Era una época de bastante agitación
para los adolescentes, porque empecé el BUP en 1975, coincidiendo con la
muerte de Franco, y yo vivía en Eibar. Eran años en los que los adolescentes
pasábamos más tiempo en la calle, participando de aquella agitación, que en
clase. Yo sabía que me gustaban las matemáticas, pero en aquel momento el
ambiente empujaba mucho a hacer otras cosas de clara orientación política. En
algún momento estuve tentado de hacer sociología y luego había pensado en una
interpolación entre ambas y hacer economía. Entonces hablé con mi hermano
mayor y me dijo: pero a ver, ¿a ti qué te gusta? Yo le dije que las matemáticas
y él me contestó que me apuntara en exactas, que es como entonces se llamaba,
y así llegué a la facultad.
¿Le resultó fácil la carrera?
Pues no. Nada más llegar me
pareció que me había equivocado, porque las clases eran tremendamente
abstractas, de temas de topología y álgebra, y era lo contrario a lo que
había imaginado, que eran matemáticas más de combinatoria, de cálculo de
integrales, derivadas, de operaciones en suma...
¿Esperaba algo más aplicado?
Bueno, la cosa venía de antes, cuando hubo algunos
profesores que quisieron adaptarse a los nuevos modelos educativos. A mi me
pilló el corte que hubo con la forma de enseñar matemáticas, creo que fue
cuando yo estaba en séptimo de básica. Llegó el profesor y nos quiso enseñar
las propiedades reflexiva y transitiva y la teoría de conjuntos y recuerdo
que un día levanté la mano y dije: perdone profesor, pero no entiendo. Y él
me dijo: se calle; y es que claro, él tampoco entendía. Se pasó de la
educación clásica de las matemáticas, de grandes fracciones, simplificaciones,
operaciones... al álgebra de Boole, y a los propios profesores les pilló un
poco fuera de juego. Yo seguí haciendo unos estudios en los que el peso principal
estaba en la parte calculística. También pudo influir en eso que muchos de
los profesores, porque yo estudié en la universidad laboral de Eibar, eran
físicos y siempre tenían más tendencia a la parte más aplicada, como dices, o
calculística, que a la más abstracta, de modo que al llegar a la universidad
el choque fue enorme, al encontrarnos con clases de análisis, topología,
álgebra... en las que todo era abstracto: no había números, eran todo letras.
Ahora también se llega a la elección de carrera sin tener las ideas
claras y sin que las matemáticas se consideren como una posible vía, ¿no?
Creo que sigue jugando un papel un
poco marginal, salvo excepciones. Yo creo que en la época podía ser
razonable, porque entonces un matemático tenía dos salidas: la enseñanza o la
enseñanza. Esto es, la enseñanza secundaria o la enseñanza universitaria, que
era para muy poquitos, porque había muy pocas universidades y muy pocas
plazas. La Universidad del País Vasco se creó con la Autónoma de Madrid a
principios de los 70, y cuando yo llegué aquí todavía se notaba que era
reciente. No es como ahora, treinta años después, que estas universidades ya
se han desarrollado plenamente. Entonces el número de plazas que había era
muy pequeño y lo más normal es que acabases dando clases en un instituto o en
un colegio.
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Esto ha cambiado mucho, ¿no? Porque ahora se dice que un matemático sirve
para trabajar en cualquier cosa.
Exacto, yo creo que no ha cambiado
el programa tanto, pero a veces me pregunto si incluso no hemos retrocedido un
poco. Qué duda cabe que hemos ganado en muchos aspectos: las prácticas de
ordenador se hacen de manera mucho más sistemática, los alumnos salen con
nociones en computación, tenemos asignaturas de historia, de modelización...
Hay un esfuerzo, pero con un problema: la gran
variedad de asignaturas actual ha hecho que se pierda la enorme fuerza que
tenían antes las matemáticas, que era la concentración de alumnos en clases
importantes. Nuestro horario era muy fácil, de lunes a viernes, primera hora
análisis, segunda álgebra, tercera geometría, cuarta probabilidades... Ahora es
difícil pedirle al alumno que profundice en una asignatura cuando tiene un
montón de ellas, entre optativas y obligatorias.
¿Hay alguna forma de orientarle?
Es difícil porque tiene ese doble
empuje, el de su gusto por un lado y por otro el esfuerzo, porque va viendo las
asignaturas y sabe cuáles necesitan menor inversión de tiempo; y eso pesa
mucho. Y es normal que así sea.
Cada vez hay más optativas y menos obligatorias...
Más optativas y más cortas. Ahora
uno tiene que dar en un cuatrimestre en 3 horas semanales lo que antes daba
durante todo el curso en 5 horas. Pues evidentemente los contenidos no son los
mismos. El tiempo necesario para que ese conocimiento penetre en el alumno, que
lo domine, no es el mismo y eso en matemáticas yo creo que juega a la contra.
Uno necesita tiempo, escuchar y volver a escuchar los temas para entender bien
de lo que se está tratando. Te puedo contar el concepto de diferencial, pero no
lo entiendes bien hasta que lo utilizas en el cálculo de tangentes para planos
o en la resolución del problema de la función implícita, etc. Ahora no hay
tiempo para eso; el curso empieza el 1 de octubre, acaba el 31 de enero, con
vacaciones y puentes por medio, y hay que ir muy rápido.
Su generación se formó con aquel modelo y que es quizá la responsable de
que la matemática española haya evolucionado tan positivamente en los últimos
años.
Bueno, yo creo que el esfuerzo venía
de antes. Cuando yo llegué a la universidad había una generación de profesores
muy buenos, que habían hecho un esfuerzo por darle rigor y contenido a las
asignaturas de matemáticas. Yo tuve ya cursos muy buenos. Recuerdo, por ejemplo,
entre muchos otros, los de probabilidades que daba De la Cal, los de análisis
numérico que impartía Maeztu siguiendo la escuela que habían creado Mariano Gasca,
hoy catedrático de Zaragoza, y Jesús María Sanz Serna, catedrático de
Valladolid; los de análisis, de teoría de números, que impartía, entre otros, Emiliano
Aparicio, que fue uno de estos niños que se fueron a Rusia en plena guerra civil
y volvió a España con todo el bagaje de la escuela rusa. Yo creo que para
cuando nosotros llegamos los cursos ya eran bastante buenos. Lo que pasó es que
después tuvimos la ocasión de aprovechar al máximo las becas, ir al extranjero
y entrar en un ambiente de investigación desde el principio, cosa que
posiblemente, muchos de los que nos antecedían, a pesar de tener unas
capacidades extraordinarias, no tuvieron ocasión de hacer, simplemente porque
cuando acabaron la carrera no se llevaba eso de publicar.
¿Cree que ese avance se puede perder con el modelo actual de educación
universitaria?
Yo creo que perderse no se va a
perder, pero no cabe duda de que estamos en un mundo mucho más complejo. Me da
la impresión de que para la gente joven colocarse ahora en el mapa de la
ciencia mundial es más difícil de lo que lo fue para nosotros. Yo pude estudiar en
el laboratorio de Análisis Numérico de la Universidad de París VI, y estaba en
un lugar donde todas las personas del laboratorio eran investigadores de
referencia mundial. Era muy fácil, siendo alumno de ese laboratorio, empezar a
formar parte de esa familia de líderes mundiales a poco que trabajaras y te
esforzaras. Ahora los jóvenes lo tienen más complicado.
Pero ahora salen más, todos hacen alguna estancia en el extranjero, ¿no?
Sí, salen más, pero hay muchos más centros, más
universidades, más de todo; hay más competencia, aunque también más
oportunidades. También creo que va a ser más fácil hacer carreras de tipo local
que antes. Antes esas carreras no existían porque lo que había eran universidades
más bien pequeñas, con pocas plazas y ya se sabía que el profesor tenía que dar
un montón de clases. Ahora se están creando plazas en las universidades y en el
Consejo [por el CSIC], se están creando institutos de investigación, las
comunidades autónomas están sacando plazas para investigadores, como el ICREA
en Cataluña o el Ikerbasque en el País Vasco. Yo creo que va haber más
posibilidades de hacer carrera, pero lo que va a ser más difícil es estar en
esos lugares de referencia mundial, porque ha aumentado mucho la masa de
investigadores en matemáticas y se han diversificado mucho las áreas. Se nos
pide a todos ser más multidisciplinares y poco a poco corremos el riesgo de que
la gente no tenga esa percepción de estar en la centralidad, en los temas de
atención compartidos a nivel mundial. Existe un mayor riesgo de dispersión que
cuando uno está realmente cultivando un campo y lo hace de manera sostenida.
Entonces, ¿el número de investigadores va a
seguir creciendo?
Está habiendo un gran esfuerzo en Estados Unidos y
en Europa, donde se están creando centros de referencia, dotados con muchos
recursos. Pero no sé si la masa de investigadores va a ser cada vez mayor,
porque también es posible que haya una clarificación. Hasta ahora se ha jugado
con esa ambigüedad de que todo profesor de universidad es un investigador. Yo
creo que posiblemente lleguemos a un escenario en el que se reconozca que en la
universidad hay mucha gente dedicada a tareas más de tipo docente y quizás la
palabra investigador pierda ese carácter universal, en la medida en que además
se están creando iniciativas orientadas exclusivamente a la investigación.
Existe ya la figura del profesor sin carga
docente.
Y cada vez hay más casos de esos a
través del programa I3 de intensificación. Y eso va a permitir que haya gente
que se dedique con mayor intensidad a la investigación, pero también es posible
que el número total de investigadores, en un sentido estricto, baje o al menos
se clarifique.
Teniendo
en cuenta la rentabilidad que la inversión en I+D matemática tiene para el
desarrollo de un país, ¿por qué no hay un apoyo más decidido a la investigación
española en este campo?
La inversión en buenas matemáticas
es sin duda muy rentable a corto, a medio y a largo plazo. Creo que la
administración, las administraciones, son cada vez más conscientes de ello. En
mi opinión, con frecuencia, el problema no es tanto de cuánto se invierte sino
de diseñar e implementar las políticas adecuadas para que las inversiones sean
rentables, para que generen estructuras, hábitos, que perduren, que permitan a
las nuevas generaciones investigar mejor, y asumir mayores cotas de
responsabilidad y abordar retos más importantes. Es fundamental que las
administraciones asuman su responsabilidad no sólo en invertir recursos, sino
en diseñar políticas a medio plazo, para sacar a la investigación del
estancamiento, de la improvisación y de la falta de infraestructuras y sistemas
ágiles de funcionamiento que son sin duda tan necesarios como los propios
recursos financieros.
De
hecho, la evolución tan extraordinariamente rápida que ha tenido la matemática
española en el último cuarto de siglo se ha debido sobre todo a los propios
matemáticos, ¿no? Es decir, ha habido poco apoyo institucional...
Igual al principio sí, pero yo
llegué aquí en el 89, saqué la cátedra en la Complutense en el 90 y pedí mi
primer proyecto y me lo dieron. Yo creo que entonces el apoyo institucional era
bastante rotundo. Nunca percibí que no tuviéramos ese apoyo. A partir de ahí se
multiplicaron las becas, las posibilidades de traer postdocs, visitantes, que antes, en los 80, puede que la gente
que apostara por la investigación no las tuviera tan fácil. Es probable, pero yo
creo que eso cambió rápido y todas las políticas de incentivar la investigación
ya estaban establecidas a finales de los 80.
Pero
era un apoyo más bien pasivo, si lo solicitaban se les apoyaba, pero ahora da
la impresión de que con ejemplos como el IMDEA y la red que quiere crear el
CSIC, parece que hay iniciativas públicas.
Sí, iniciativas más institucionales. Yo creo que sí, que se
ha constatado en España una cierta fatiga del sistema basado exclusivamente en
la iniciativa individual. Y eso se venía notando hace tiempo. Yo fui gestor del
Programa de Matemáticas en el Plan Nacional hasta hace tres o cuatro años y notaba que
ese sistema en el que los individuos cada tres años piden al Ministerio un
proyecto con la gente más cercana, de su departamento, aportaba muy poca
novedad. Lo normal para ser bien evaluado es que te presentes en tu propio
campo y por mucho que el Ministerio te diga que seas muy multidisciplinar no es
eso lo que se prima, sino que tengas buenas publicaciones en buenas revistas.
El mensaje es claro: sigue cultivando tu área y repite, que tendrás muchos
puntos y te volverán a dar el becario y el dinero, etc. Dejar todo en manos de
la iniciativa individual empezaba a no dar valor añadido. Y lo mismo pasa con
los masters; en algún momento las instituciones tendrán que empezar a tomar la
iniciativa, porque si se deja en manos del individuo lo que ocurre es que cada
grupo tiende a tener su propio máster, y eso ya no está funcionando. Ahora, los
doctorados de las universidades se están empezando a fusionar, porque ya no hay alumnos. Hay ámbitos en los que la
iniciativa institucional es indispensable.
¿Qué
va a aportar IMDEA a las matemáticas españolas?
Yo creo que IMDEA es una iniciativa muy acertada, en
matemáticas y en las demás áreas en que se está implantando, valiente y difícil
de sacar adelante. Y en la que inevitablemente hay aciertos y errores, porque
estamos todos inventando a medida que lo hacemos. Creo que puede aportar mucho
porque, al contrario que otras iniciativas autonómicas, lo que se ha hecho es
crear un instituto; además de un espacio virtual hay un espacio físico y eso va
a permitir regular un montón de iniciativas que de otra manera siempre estarían
sometidas a una legítima, pero a veces poco operativa, competencia entre
facultades, universidades etc. IMDEA tiene la ventaja de ser el instituto de
matemáticas de la Comunidad de Madrid y por lo tanto es de todos y no tenemos
que andar discutiendo si es de una universidad o de otra o del Consejo. Es de
todos aquellos que quieran hacer cosas nuevas en matemáticas. Y eso puede ser
importante para temas como la comunicación y la divulgación, cuestiones de
formación de jóvenes, masters y como lugar de referencia a la hora de traer a
gente que esté fuera. Todas las ciudades que quieren apostar por las
matemáticas tienen que hacerlo así, para colocar hoy una chincheta en el mapamundi
de los institutos de matemáticas lo tienes que hacer con algo que sea original,
distinto, que esté bien identificado con un lugar, incluso con un edificio
emblemático. Es muy difícil hacerlo simplemente poniendo la palabra “instituto”
delante de lo que sea.
¿Cómo
se ha estructurado?
Después de darle bastantes vueltas hemos seguido un sistema
un poco híbrido, inspirado en centros como los Max Plank o el INRIA (Instituto
Nacional de Investigaciones en Informática y Automática) francés. La idea es
que, en lugar de contratar individuos exclusivamente y colocarlos en un
instituto de manera aleatoria, lo que hemos hecho es identificar unas avenidas,
unos temas de trabajo prioritarios. Eso no significa cerrar las puertas a
investigadores de otras áreas, ya que esos temas pueden ser revisados
anualmente y pueden ir aumentando en número, pero estamos intentando que los
que se incorporen trabajen en torno a esos grandes temas, y crear interacciones
entre ellos. Lo que queremos es que lo que se haga sea complementario de lo que
ya se hace, porque no se trata de competir con los grupos que hay y que están
trabajando bien, sino de que se promuevan programas nuevos, con una visión un
poco futurista.
¿Cuáles
son esos temas?
Los temas que hemos identificado hasta ahora, con el riesgo
de que me olvide alguno, son: ecuaciones en derivadas parciales, que es un tema
clásico...
Y
universal.
Exactamente, por eso mismo lo hemos elegido así. Tenemos
otro tema que es simulación numérica y diseño óptimo en aeronáutica, que es
fruto de una colaboración muy intensa que tenemos desde hace tres o cuatro años con el
INTA y con Airbus, que patrocina esta línea a través de un convenio que hemos
firmado y que lidera nuestro director de innovación tecnológica, Francisco
Palacios. El tema de investigación es la mecánica de fluidos computacional y
sus aplicaciones a la optimización de formas en aeronáutica, pero ya no se
trata de hacer un trabajo puramente matemático, sino que está muy orientado a
crear códigos que puedan ser eficaces y utilizados por otros agentes.
Y de aplicación en
otros temas que tengan que ver con fluidos, imagino.
Por supuesto, la ventaja de ese trabajo que se está
haciendo, a medio plazo, porque ahora estamos muy condicionados por las
exigencias del timing de ese contrato, es que con una buena interfaz
puede dar lugar a programas de utilización en el ámbito de los fluidos, que
aunque ya hay algunos en el mercado hay aún mucho margen para crear otros
nuevos. Luego tenemos otra área dedicada a los sistemas complejos, que la
coordina Anxo Sánchez,
de la Carlos III y director adjunto del Instituto. Y una de matemáticas
financieras, con una gran componente probabilística. Tenemos un grupo de
excelentes probabilistas haciendo investigación básica con una cierta
aplicación a las finanzas, pero sin tener esa preocupación de tener que andar
firmando convenios con la banca, aunque no me cabe duda de que ocurrirá.
Tenemos luego un área muy bonita, en torno a la geometría algebraica, al
álgebra con aplicaciones a la criptografía, que es un tema que se cultiva en
Madrid de manera esporádica por varios grupos, y lo que queremos es que IMDEA
sirva para aglutinar a esas personas que, si no, no estarían integrados. Ese
grupo lo coordina Mª Isabel González Vasco de la Rey Juan Carlos y creo que va
a ser una de las más atractivas.
Un poco de
dispersión… ¿No dificulta eso la dirección del centro?
Es cierto, de hecho a esa lista hay que añadir el análisis armónico,
la geometría tropical… Lo bueno es poder contar con un comité científico,
presidido por Juanjo Manfredi, catedrático madrileño en Pittsburg, que la
verdad es que están trabajando en esto, aunque son todos extranjeros o viviendo
fuera, como si fuera su propio instituto, de modo que lo que nosotros hacemos
es orientar a la gente a la hora de presentar las propuestas y se las
trasladamos luego al comité científico, que es quien les da el visto bueno y la
forma final.
Se me olvidaba el área de estadística no lineal de redes,
que es un tema de gran importancia. Hay otro IMDEA dedicado a las redes, con
una orientación más de transferencia e innovación tecnológica; por eso el que se
va a trabajar en IMDEA-Matemáticas tiende un poco más a aspectos más
fundamentales.
Este es un tema de
gran actualidad por los problemas que ha habido en Barcelona con el transporte
o los cortes de energía eléctrica.
Evidentemente, pero afecta a muchos otros aspectos, como los
fenómenos de comportamiento social e incluso con temas como las estrategias de
innovación de las empresas. Se trata de extraer la estructura subyacente a
partir de una gran masa de datos de información. En los sistemas complejos hay
gente trabajando en cosas muy bonitas, gente que proviene más bien de la física
estadística, y el mensaje que se suele trasladar a los neófitos es que muchas
estructuras que uno ve, por ejemplo, en las ondulaciones de la arena de la playa
cuando baja la marea son las que se encuentran en muchos otros fenómenos
naturales, y también en el comportamiento humano y social.
Eso tiene que ver
con el caos, tan de moda hace unos años.
Efectivamente, pero una vez reconocido que el caos está presente
en toda la realidad, es ubicuo, se trata ahora de buscar el orden en el caos,
la estructura subyacente, patrones de comportamiento que sirvan a la hora de
abordar problemas concretos.
IMDEA parece muy
orientado a las aplicaciones, ¿o es que no es tan fácil separar la
investigación básica de la aplicada?
Sí, sí, algo de aplicado hay. Mira, yo estudié en un
laboratorio de análisis numérico que ahora se llama Laboratorio Jacques-Louis Lions, que fue su fundador y mi
mentor y maestro. Cuando yo llegué allí ya era un laboratorio aplicado, y
colaboraban con Marcel Dasault, la empresa aeronáutica, con Electricité de
France, con las empresas que desarrollaban la tecnología de los trenes de alta
velocidad franceses, con Michelín... Yo elegí
hacer una tesis en temas más bien teóricos de ecuaciones en derivadas
parciales, pero ya entonces, en el 84, tenías la opción de hacer una tesis con
una beca empresarial en temas muy aplicados. Aunque nunca cultivé eso, siempre
fui consciente de que era muy importante, y Lions era un analista fantástico
pero siempre cuidó mucho las aplicaciones, porque decía que eran las grandes
suministradoras de los buenos problemas fundamentales.
¿Era sencillo en
aquella época ser un matemático aplicado en España?
Cuando volví a España, durante muchos años viví el trauma de
que los matemáticos aplicados en España no conseguíamos hacer aplicaciones. Los matemáticos puros nos decían que éramos
matemáticos aplicados de pacotilla, que nos servía para tener más plazas en las
escuelas de ingeniería. Y los escasos ingenieros especializados en matemática
aplicada nos acusaban de una cierta tendencia a la cosmética matemática más que
a las aplicaciones de verdad. Y durante bastante tiempo yo eso lo viví con un
cierto trauma, porque veía cómo mis compañeros en Francia sí eran capaces de
desarrollar cosas más aplicadas. Se me pasó cuando me di cuenta de que el
problema no era nuestro sino fruto del retraso español, y que hacía falta que
pasara el tiempo para que la industria y la sociedad fueran entendiendo el
valor de las matemáticas. Esto es como cuando cae el gato desde el séptimo
piso, que necesita tiempo para ir dando vueltas y colocarse en la posición
adecuada para caer. Nosotros hemos necesitado tiempo para ponernos en esa
posición de aterrizaje.
También debió
influir que considerarse un matemático aplicado debía ser algo raro y
excepcional. ¿Sigue siendo así?
La interacción de las matemáticas y
de los matemáticos con la industria y en general con las demás ciencias y el
tejido I+D+i es creciente aquí y en todos los países. Tal vez aquí nos llega un
poco más tarde que en otros países punteros, en los que llevan décadas de
tradición en esta interacción.
¿Qué cuota de responsabilidad cabe atribuir a los
matemáticos y cuál a los empresarios en esta escasa colaboración?
No creo que se trate de buscar
responsabilidades a uno y otro lado, sino de asumir colectivamente el reto de
ahondar en estas interacciones y multiplicarlas. Simultáneamente, nuestras
instituciones y nuestras agencias evaluadoras tendrán que asumir también la
parte que les toca a la hora de valorar y facilitar ese tipo de actividades.
¿Qué se puede hacer para solucionarlo?
Trabajo, sentido común, generosidad, talento... son palabras
que definen la tarea que los científicos tenemos que desarrollar con
independencia de cuál sea nuestro campo de especialización. La interacción de
las matemáticas con las otras ciencias, con el I+D+i y, en general, con la
sociedad, no escapa a esa simple pero, a la vez, compleja receta.
¿IMDEA es parte de
la respuesta?
Yo creo que cuando ha llegado IMDEA esa necesidad ya estaba
bien asumida, que ya estábamos en esa posición de aterrizaje que decía. Eso es
lo que nos ha permitido firmar un convenio de colaboración con empresas líderes en sus campos, algo que hace
diez años habría sido imposible, y a la vez, que los matemáticos que han
impulsado IMDEA, aunque muchos son matemáticos puros, lo hagan con una clara
visión de que efectivamente tiene que tener un carácter más ágil, de
avanzadilla de interacción con el I+D. Y dicho esto, en absoluto excluimos que
haya gente de matemática más bien “pura” que se acerque al Instituto a desarrollar
su investigación. Siempre intentaremos en cualquier caso que haya un poquito
más de visión aplicada.
Su especialidad es
la teoría del control. ¿Puede explicar brevemente de qué se trata?
Control y optimización son dos
disciplinas matemáticas de carácter eminentemente multidisciplinar y aplicado.
Ambas surgen con el objeto de dar respuesta al mismo tipo de cuestiones: hallar
la configuración, la planificación “óptima” del mecanismo o proceso en
consideración. En este contexto, “óptimo” equivale a “mejor posible”. Se trata
pues de disciplinas de inspiración aplicada, desarrolladas a partir de ideas de
la teoría clásica de las ecuaciones diferenciales y el cálculo de variaciones
para dar respuesta a los problemas que en su momento la revolución industrial
comenzó a plantear de manera creciente e imponiendo cada vez exigencias más
sofisticadas.
¿En qué consiste el
trabajo que está realizando en colaboración con el INTA?
Es un trabajo que se
enmarca en el ámbito del diseño óptimo en aeronáutica. Se trata de un tema en el
que todos los países líderes en ciencia y tecnología hacen importantes
esfuerzos. Es posiblemente una de las áreas de mayor repercusión social y
económica, en la que disciplinas diversas de la ingeniería y las matemáticas se
unen en un compromiso y con un objetivo común: mejorar el diseño de nuestras
aeronaves, para hacerlas más eficaces, más seguras, menos contaminantes... Las
herramientas matemáticas que se emplean están basadas en la modelización
mediante ecuaciones en derivadas parciales, la mecánica de fluidos
computacional, y todo el arsenal de técnicas desarrolladas en las áreas del
control y la optimización.
Hablando de modelización de fenómenos, ¿considera
que toda la realidad física es modelizable?
El esfuerzo del ser humano por entender
y, para ello, modelizar los fenómenos naturales es previsible que dure mientras
nuestra civilización perdure. No creo que debamos establecer limitaciones a
priori. Un análisis de la evolución histórica de las matemáticas y de su
acierto en la modelización de fenómenos cada vez más complejos, más bien
deberían hacernos ser optimistas sobre sus posibilidades futuras. En ese esfuerzo
creciente de modelización habrá que desarrollar nuevos métodos y lenguajes
matemáticos, y en esa dinámica veremos nacer nuevas ramas y disciplinas de la
misma.
En aplicaciones
industriales, ¿cree que se pueden sustituir por completo los ensayos y
prototipos por modelizaciones?
Las simulaciones numéricas basadas
en modelos matemáticos están ganando terreno en todos los ámbitos. En algunos,
puede que hasta resulten suficientes por sí solas. Pero no es previsible que
esto ocurra en todas las áreas, y ni siquiera es deseable que así sea. Es
importante que la ciencia siga su camino en un esfuerzo múltiple, en el que las
técnicas experimentales también han de jugar un papel decisivo. Las matemáticas
seguirán contribuyendo, cada vez de manera más eficaz y en áreas más diversas
de las ciencias y el I+D+i, a través de su capacidad de modelizar, analizar y
simular. Pero, sin duda alguna, en muchos casos nuestras herramientas
necesitarán unos períodos de maduración que harán imprescindible la exploración
previa mediante técnicas experimentales.
¿Considera que las ecuaciones
en derivadas parciales son la herramienta más eficiente de las matemáticas?
En general, las ecuaciones
diferenciales son sin duda una de las herramientas más poderosas que las
matemáticas han desarrollado en su esfuerzo por modelizar la naturaleza. Esto
es así desde que Newton estableció los principios básicos de la mecánica sobre
la cual basamos nuestra concepción actual del mundo. No es previsible que esto
cambie en el futuro cercano. De hecho, las ecuaciones en derivadas parciales
siguen desarrollándose con notable esfuerzo y sobresaliente éxito en su intento
por explicar fenómenos más complejos, relacionados con la no-linealidad, la
incertidumbre, las pequeñas escalas, etc.
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Sobre el
autor
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Ignacio
Fernández Bayo nació en Madrid el 15 de agosto de 1953. Estudió Ciencias de la Información (UCM, 1977), Geografía e Historia (UNED, 1978-83) y Geografía (UAM, 1985-87). Desde 1980 se dedica al periodismo científico y ambiental. Ha trabajado o colaborado en Ciencia y Pensamiento (1980-83), Conocer (1984-87), diario El País (desde 1985), El Globo (1987-88) y El Nuevo de la Ciencia y la Tecnología (1988-1989). Entre 1989 y 1995 fue responsable de ciencia, salud y medio ambiente de Diario 16, y de 1997 a 1998 de la revista Manifiesto. Ha publicado unos 3500 artículos en unos 40 medios escritos y ha participado medio centenar de veces en programas de televisión y radio. Actualmente colabora en Estratos, Técnica Industrial, Entre Líneas y Química e Industria. Colabora desde 1993 con la editorial SM en la elaboración de unos 70 libros de texto de física, química, biología, geología, tecnología, matemáticas y ciencias sociales. Es autor del libro La voz de la Gioconda (Editorial Celeste,
1997) y coautor de El futuro que viene (Temas de Hoy,
1997). Autor de 16 capítulos de la obra Inventos del Milenio (El País, 1999), ha traducido Big-bang (Editorial SM, 1997) y ¿Hay vida extraterrestre? (Editorial SM, 1998), y ha participado en otros 20 libros. Coordina desde 1998 el ciclo de divulgación científica de la Caja de Burgos, y dirige desde 2007 su Anuario de Ciencia. Ha sido asesor del CSIC para la divulgación (1998-2000), del Año Mundial de las Matemáticas (2000), y de la Comunidad de Madrid para organizar la Feria Madrid por la Ciencia (1999). Desde el año 2000 dirige la empresa Divulga, dedicada a actividades de difusión de la ciencia y el medio ambiente en todo tipo de ámbitos: libros, exposiciones, documentales, revistas, cursos y gabinetes de comunicación. Ha participado en más de 150 actos como conferenciante o ponente en mesas redondas y debates. Es vicepresidente de la Asociación Española de Comunicación Científica (antes Asociación Española de Periodismo Científico), miembro del Comité Científico del Museo Nacional de Ciencia y Tecnología, y vocal de la Asociación de Amigos de la Casa de las Ciencias de La Coruña.
En 1989 recibió el Premio de Periodismo Científico del CSIC y la medalla de plata de este organismo; en 1993, el premio de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Madrid; en 1994, el Premio Enresa de periodismo; y en 1996, el Premio Casa de las Ciencias a la
divulgación.
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