Juegos, vida y el juego Vida
Rachel Thomas
Co-editora, Plus Magazine
A
pesar del nombre del juego, cuando John Conway desarrolló el sistema que llamó Vida,
no tenía en absoluto la intención de simular la vida. Sin embargo, la naturaleza
del juego, próxima a la de la vida, con sus complejidades interminables y la
imposibilidad de hacer predicciones, ha cautivado la imaginación de todo el
mundo. El objetivo original de Conway fue enteramente matemático: trataba de
encontrar el llamado sistema universal,
esto es, un sistema capaz de realizar computaciones arbitrarias; una especie de
ordenador infinitamente programable.
En
los años cincuenta del siglo pasado, von Neumann, un pionero en el campo de los
autómatas celulares, tuvo éxito en inventar un sistema universal. Su sistema
involucraba un autómata celular en el plano bidimensional, de manera que el
estado de cada celda o célula en el tiempo t+1
depende únicamente del estado de sus vecinas en el tiempo t.
El sistema de von Neumann era increíblemente complicado requería
29 estados
como consecuencia de la forma en que lo había obtenido. Conway describe
el proceso que von Neumann usó para desarrollar este complicado sistema así:
“Si quería determinada habilidad, como la facultad de transmitir mensajes,
añadía unos cuantos estados más y la conseguía. Y si quería algo más, añadía
unos cuantos más, y así hasta llegar a los 29 estados. De este modo el apéndice
de su artículo se convierte en una ingente relación de tablas de transición. ¡Un
verdadero lío!”


Por
el contrario, el objetivo de Conway era encontrar un sistema universal
“espectacularmente sencillo”. Más que forzar explícitamente al sistema para que
se comporte en la forma deseada el
enfoque de von Neumann,
Conway creía que el mejor planteamiento consiste en escoger un sistema con un
comportamiento adecuado, vivir con él y, con el tiempo, aprender cómo
programarlo para que haga cálculos arbitrarios.

¿Es universal?
“Por
ejemplo, tome todo un lote de componentes electrónicos y conéctelos al
azar en un almacén. Probablemente obtendrá una máquina de calcular
universal”, afirma Conway. Simplemente es cuestión de vivir con el sistema y
aprender cómo funciona. “Vd. podría apretar un botón y observar que aparece una
pequeña luz roja, y entonces intentar comprender cómo esos botones
corresponden a estas cosas y descubrir una forma de sumar dos números. Aprieta
este botón 5 veces y luego hace algo más, y después lo aprieta 8 veces, y
descubre que la respuesta es 13. Y si el almacén es lo bastante grande y el
comportamiento lo suficientemente interesante, Vd. aprende gradualmente a
utilizar pequeñas piezas de él para hacer lo que quiera. Así que este es el
sueño. Y la pregunta ahora es: ¿cuán pequeño se puede hacer el almacén?, ¿cómo
de simples las conexiones?”.
Reglas para
vivir...
Vida
se juega en un tablero cuadriculado donde cada casilla o célula o bien está
viva (ocupada) o bien está muerta (vacía). Se parte de una configuración
inicial de células vivas, y el juego progresa a través de generaciones cuando
se aplican las reglas de la vida y de la muerte.
Una célula viva
sobrevive a la próxima generación si tiene dos o tres vecinas.
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Una célula viva
muere si tiene cuatro o más vecinas (superpoblación) o si tiene una única
vecina o ninguna (aislamiento o soledad).
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Una célula se
convierte en una célula viva en la próxima generación si tiene exactamente
tres vecinas (nacimiento).
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El juego Vida no es tan sencillo como
Conway había esperado, pero es dice
“una suerte de fracaso grato”. En cierto sentido, el sistema de von Neumann era
más simple, ya que el estado de una célula dependía solamente de sí misma y de
sus cuatro vecinas transversales, mientras que Vida involucra a todas
sus ocho vecinas. Idealmente, Conway buscaba un sistema que fuera
“asombrosamente simple”, uno que únicamente implicara una dimensión: un
autómata celular en una recta, más que en un plano. Con un sistema
bidimensional “se tiene que valorar el estado de la posición (x,y)
en el tiempo t. Sería mucho mejor si pudiéramos
reducir la complejidad del espacio donde estamos operando”, asegura Conway.


El
paso más duro resultó ser el encontrar un sistema bidimensional adecuado para
estudiar. Aunque tales sistemas operan en un plano infinito, su estudio entraña
observar alguna sección finita acotada del plano. El grupo de investigación de
Conway utilizó los tableros del Go
para desarrollar el juego Vida, y a
fin de poder estudiar un sistema fue necesario que las poblaciones no tendieran
a explotar y salirse del tablero. Esto significaba que había que imponer en el
sistema una especie de regla de la muerte. Y, naturalmente, el sistema debería guardar
un comportamiento lo suficientemente interesante como para tener alguna
posibilidad de ser un sistema universal, así que era igualmente importante que
las poblaciones no se extinguieran de forma habitual; de aquí la regla del
nacimiento.
“Jugamos
con toda clase de reglas, estudiando sus efectos y viendo lo que sucedía”, dice
Conway. “O bien las cosas tendían a explotar en una población enorme, o bien
las cosas tendían a extinguirse. Surge así la cuestión de cómo ajustar las
fuerzas relativas de las reglas del nacimiento y de la muerte de modo que [para
una población típica] exista una probabilidad equilibrada de que no se extingan, ni tampoco crezcan linealmente”. La dificultad real de encontrar un sistema
adecuado estriba en hallar las fuerzas relativas correctas de estas reglas de
modo que el sistema sea a la vez lo suficientemente interesante como para
estudiarlo y lo suficientemente estable como para vivir con él.

Deslizadores o planeadores desplazándose a través del plano.
Tras
dos años de té o café en las pausas, Conway y un grupo de estudiantes graduados
y colegas experimentaron con las reglas de la vida y la muerte. Y cuando
llegaron al conjunto de reglas que se convirtieron en Vida, rápidamente dejaron de trastear. Vivir con este sistema
pronto reveló la presencia de configuraciones, que decidieron llamar
“deslizadores” o “planeadores” configuraciones
que “paseaban” a través del plano
y que fueron un signo precoz de éxito, porque, para probar la universalidad y
demostrar que un sistema es capaz de efectuar computaciones arbitrarias, es necesario
tener alguna forma de transmitir información a través del plano de una
configuración a otra. “Cuando llegamos a este sistema dejamos totalmente de
experimentar con cualesquiera otras reglas, pues estaba claro que este
funcionaría. Se comportaba exactamente en la forma que queríamos, y empezamos a
tratar de probar que funcionaba”, comenta Conway.
En
cuestión de semanas el grupo había construido casi todas las configuraciones
necesarias para computaciones arbitrarias: puertas Y, puertas O, y así sucesivamente,
tantas como componentes de una computadora ordinaria. Sin embargo, lo único que
aún faltaba era una fuente inicial de deslizadores, que denominaron una
“pistola lanzadora” o “cañón lanza-planeadores”.
En este punto “hice propaganda de ello”, dice Conway. Escribió a Martin Gardner
sugiriéndole Vida para su columna de
Juegos Matemáticos en Scientific American
y se ofreció un premio de 50$ por una configuración cuya población tendiera a
infinito. La columna encendió la imaginación del público y muy pronto un grupo
del MIT
liderado por R.W. Gosper descubrió una “pistola lanzadora”. A las dos semanas
del descubrimiento de la “pistola lanzadora”, ambos grupos, el de Conway y el
del MIT, establecieron que el sistema era universal y “fue una historia de gran
éxito”.
Vida ha
estimulado una enormidad el interés del público desde que primeramente se le
hizo publicidad en la columna de Gardner. En un momento dado, el ejército de
los EEUU estimó en millones de dólares el valor del tiempo de cálculo que había sido “despilfarrado” en mirar el juego Vida, y todavía se sigue jugando con él hoy en día. Conway está satisfecho
de que Vida interese al público.
“Siempre trato de vender matemáticas al público en general, para motivarle”,
dice. Y quizás fue una suerte que Conway desarrollara un sistema bidimensional
en lugar de uno lineal, ya que es a observar cómo se juega Vida en el plano a lo que la gente responde favorablemente.
Es
la similitud del juego con la vida real lo que cautiva la atención del público,
y aunque el objetivo no era en realidad imitar la vida, en algún sentido, sí lo
era encontrar vida artificial. “Creo que si Vd. tiene una configuración
suficientemente grande, verá su evolución en el plano”, dice Conway. “Lo que
sucedería es que de cuando en cuando habría una criatura capaz de reproducirse
a sí misma, y entonces comenzarían a poblar el plano. Salvo que el plano esté
lleno de trastos viejos al azar, lo que podría matar a algunas de ellas. Así
unas estarán mejor equipadas para sobrevivir que otras y de vez en cuando tropezarán
en algo que hace daño y podría comenzar un cambio. La mayoría de estos cambios
será probablemente para empeorar, pero ocasionalmente uno de éstos podría ser
para mejorar, y entonces ya conoce la historia. Probablemente habrá conseguido
que ocurra una evolución y obtendrá criaturas que realmente merecen el nombre
de vida”. Conway imagina incluso que si se dejara jugar Vida durante un periodo de tiempo muy largo, estas criaturas
podrían, eventualmente, adquirir consciencia.
Aunque
las reglas son reminiscentes de las que se encuentran en la vida real, la
intención de Conway no fue imitar la vida como nosotros la conocemos. “Mucha
gente ha producido cosas de este tipo que están más cerca de la vida real, como
una con cadenas de ADN en el modelo. Esto va en contra de mi filosofía, ya que
copia el mecanismo reproductivo que tenemos. Mi filosofía es partir de la nada
y ver si tiene su propio mecanismo reproductivo”.
“Porque
realmente no estoy interesado de ninguna manera en lo que nos hace funcionar.
Siempre he tenido la idea de que estar demasiado interesado en nosotros mismos es
propio de una mentalidad provinciana. ¿Qué ocurrirá cuando nos encontremos con
los marcianos, me refiero a alguien por ahí fuera, otra forma de vida inteligente?
No existe ninguna razón obvia por la cual ellos vayan a usar ADN como forma de
almacenar información, reproducirse y todo lo demás. Probablemente tengan un
sistema totalmente distinto”.
“Tengo
la impresión de que las cosas matemáticas abstractas en las que estoy
interesado están probablemente más cerca de aquellas en las que los marcianos están
interesados. Las cosas no matemáticas en las que estoy interesado, ... estoy
interesado en el idioma inglés, bueno, los marcianos no van a conocer nada de
la lengua inglesa. Y he estado interesado en las chicas [risas], bueno,
ellos no van estar interesados en las chicas, quiero decir, ¡no en mi tipo de
chicas! Pero pienso que probablemente sí que tenemos algunos intereses
comunes, los intereses comunes son los matemáticos”.

El lenguaje universal de las matemáticas.
Aunque
Conway cree que los marcianos también estarán interesados en la física, puesto
que compartimos el mismo universo físico, la ventaja de las matemáticas es que
no requieren ningún equipamiento costoso para hacer descubrimientos. La mente
sola es todo lo que se precisa para estudiar matemáticas, y como Conway afirma,
él puede “interrogar al universo abstracto ¡desde el sillón, el baño o la
cama!”. Y, más que esto, el universo matemático no es precisamente provinciano
para él. “Aunque puedo sentarme solo e interrogar al universo abstracto, no es
exclusivamente mi universo. Es también el universo de mis colegas. Existe una
cierta estabilidad sobre esto, y creo realmente que es asimismo el universo
abstracto de los marcianos”.
“Siempre
he estado interesado en el mundo abstracto. Y la razón es porque no entiendo
por qué existe. No entiendo por qué los teoremas no cambian. Nosotros todavía
podemos demostrar el teorema de
Pitágoras, más de 2000 años después de que fuera encontrado”.
Conway
ni siquiera da por sentado el concepto de lógica. Aunque, como matemático que
es, trabaja con lógica y demostraciones todos los días, se cuestiona si
nuestros axiomas de lógica son fundamentales. “Estaré muy interesado en saber
lo que piensan los marcianos”, dice. “¿En realidad piensan de la misma forma en
que lo hacemos nosotros? ¿Será su lógica la misma?”.
El
logro del que Conway se siente más orgulloso es su descubrimiento de una nueva
clase de números, los números surreales,
y le produce alegría pensar que permanecerán en este universo abstracto durante
milenios, como el teorema de Pitágoras (Donald Knuth escribió una excelente
introducción a los números surreales en forma de un relato corto Los números surreales: cómo dos ex-estudiantes volvieron a las
matemáticas puras y encontraron la felicidad total).
Conway descubrió los números surreales después de ver al campeón británico de Go jugando en el Departamento de
Matemáticas de Cambridge. “Observé que en el Go, cuando está a punto de finalizar un juego se tiende a dividirlo
en una suma [de juegos]. Por eso pensé que podría entender un poco mejor el Go si desarrollara esa teoría”. Conway
se marchó e hizo justamente eso, y “descubrí que algunas posiciones se comportan
como números. Y entonces descubrí algo más: que si Vd. estuviera jugando
infinitas partidas, ¡algunas posiciones se comportan como una nueva clase de
números! Y así fue cómo descubrí los números surreales”.



Jugando al Go.
Foto usada por cortesía de http://gobase.org.
En
cierto sentido, el descubrimiento por Conway de los números surreales corre
paralelamente al desarrollo de Vida.
Estaba estudiando un sistema aleatorio, y a medida que convivía con él
descubrió un mundo sorprendente. “Ha resultado algo milagroso para mí. Partí
del juego del Go y acabé con los
números surreales, que es un mundo enormemente infinito”.
“Pienso
que también los marcianos han descubierto los números surreales en algún lugar,
quizás no en esta galaxia... En ese caso habríamos conseguido algún tipo de
conexión intelectual. [El matemático alienígena sería] ¡el marciano John
Conway!”, afirma. Tal conexión añadiría un valor real al universo matemático
abstracto, estableciendo que existe independientemente de los humanos.
No
obstante, Conway entiende que todo su concepto del universo abstracto
compartido podría ser erróneo. Toda esta cuestión de la existencia matemática,
dice, “¡me vuelve loco! Acaso los marcianos no tengan la misma noción de
existencia matemática que nosotros, pero, cualquiera que sea, ¡será muy
interesante!”.

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Sobre el autor y la
entrevistadora
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Rachel Thomas es co-editora de Plus Magazine. Para
este artículo Rachel entrevistó al matemático John Conway.
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