Recibido: lunes, 08 enero 2007; revisado: miércoles, 12 septiembre 2007
Las
matemáticas del ADN
José
Antonio Pastor González
Departamento de Matemáticas
Universidad de Murcia
e-mail:
Esta dirección de correo electrónico está protegida contra los robots de spam, necesita tener Javascript activado para poder verla
página web: http://www.um.es/docencia/jpastor
El
25 de abril de 1953, en el artículo titulado Molecular structure of nucleic acids y publicado en la revista Nature, los investigadores James Watson
y Francis Crick propusieron, ayudados por numerosas evidencias empíricas, un
modelo que describía la estructura molecular del ADN en la conocida forma de doble hélice; además, también
conjeturaron la manera en la que esta molécula se replicaba para obtener copias
exactas de sí misma.
El
modelo de Watson-Crick ha sido tan profusamente estudiado que ni siquiera sería
una tarea fácil recopilar toda la bibliografía que trata sobre el tema. En este
pequeño trabajo vamos a presentar una sorprendente interrelación entre la
biología y las matemáticas. La concurrencia de ambas disciplinas en el estudio
del ADN y sus funciones ha
permitido sustanciales avances en la investigación.
Como
es bien conocido, el modelo propuesto por Watson y Crick describe la molécula de
ADN como una pareja de hebras que
se entrelazan helicoidalmente en torno a un eje común. Así, podemos diferenciar
en primer lugar una estructura primaria que hace referencia a la disposición
lineal de los nucleótidos A;T;C;G en cada una de las dos hebras. El siguiente nivel de
complejidad hace referencia a la disposición espacial del eje común a ambas
hélices. En los casos más sencillos, éste puede ser lineal o circular como
ocurre con muchos virus y bacterias. No obstante, la molécula de ADN adopta generalmente configuraciones
espaciales más complejas encaminadas a lograr un empaquetamiento que sea lo más
efectivo posible, pues su longitud es, en ocasiones, del orden de un millón de
veces el tamaño del núcleo que la alberga.
Aunque
la información genética se encuentra codificada en la secuencia de los nucleótidos,
investigaciones recientes apuntan que “la
manera de anudarse” la molécula de ADN
provoca decisivos efectos en las funciones que desempeña el ADN en la célula. Concretamente, nos
estamos refiriendo a la replicación, la transcripción y la recombinación.
Gran
parte de estos procesos admiten ser modelados en términos matemáticos de una
forma precisa. Así, el estudio de los “anudamientos”
de la molécula de ADN se aborda
desde una rama matemática conocida como teoría
de nudos, que a su vez forma parte de una disciplina mayor, la topología. Esta “ciencia de los lugares” se preocupa de las propiedades de los
objetos en términos de proximidad o continuidad. Para un topólogo, las formas
de una rosquilla y de una taza de café son equivalentes, en el sentido de que
mediante deformaciones continuas -sin rasgar, cortar ni pegar- es posible
convertir una en otra y viceversa.
La
situación genérica puede expresarse en los siguientes términos. Nuestro
objetivo es entender el mecanismo de actuación de las enzimas sobre las
moléculas de ADN. Como no existe
un método observacional directo para estudiar la acción local de una enzima -ni
la configuración local del ADN ni
su estructura secundaria son observables- debemos buscar alguno indirecto. Y es
aquí donde entran en juego las matemáticas, pues se pueden extraer evidencias
sobre cómo actúan dichas enzimas detectando el cambio que éstas provocan en la
topología y la geometría de la molécula. Estos cambios se aprecian -mediante
microscopio electrónico- en niveles superiores a la estructura secundaria y
suponen “enrollamientos” y “anudamientos” en el eje central de la
molécula.
Un
detalle curioso que debemos apuntar es la necesidad de experimentar en el laboratorio
con moléculas de ADN circulares.
El motivo es el siguiente: en una molécula lineal con extremos libres no
existen consecuencias topológicas o geométricas
interesantes -y observables- frente a una causa
enzimática. De esta forma, el protocolo experimental consiste en provocar la
reacción de una determinada enzima sobre una colección de moléculas circulares
de ADN para, posteriormente, y
mediante técnicas analíticas -como la electroforesis, el uso del microscopio
electrónico y la velocidad de sedimentación- estudiar los resultados.
Los
números del ADN
Para
entender realmente cómo las matemáticas ayudan a describir la acción de las
enzimas necesitamos presentar tres parámetros que se asocian a cada molécula de
ADN circular.
El
primero de ellos se denomina número de
enlace, que denotaremos por L y se calcula de la siguiente
forma: supongamos que queremos separar completamente las dos hebras de una
molécula de ADN y que para ello
disponemos de unas tijeras. Entonces se define el número de enlace L como la cantidad de veces que hemos de cortar para
conseguir dicha separación (véase la Figura
1).
El
siguiente parámetro que vamos a considerar lo denominaremos número de enrollamiento y lo
designaremos por la letra T. Para calcularlo,
recordemos que en una molécula de ADN,
los nucleótidos se encuentran emparejados por puentes de hidrógeno. En la
representación clásica de la molécula, estos enlaces se suelen dibujar como si
fueran los peldaños de una escalera y su consideración resulta clave para
entender el significado de T, pues éste es -esencialmente-
el ángulo descrito por los peldaños. En otras palabras, el número de
enrollamiento T es el número de vueltas que
describe cualquiera de las dos hélices de la molécula con respecto a su eje
común.
El
último parámetro asociado a una molécula de ADN se denomina número de retorcimiento y
lo denotaremos por la letra W. En contraste con los dos
anteriores, éste no admite una interpretación geométrica tan directa aunque sí
podemos asegurar que mide “cuánto y cómo”
de plana es la molécula. La clave que nos va a permitir entender el significado
de W es la fórmula
de White, en la cual se demuestra para cualquier molécula que L=T+W.
¿Cuál
es el significado de W y de la fórmula de White?
Para responder a esta pregunta, basta efectuar un simple experimento doméstico
que consiste en lo siguiente (véase también la Figura 2). Tomamos una goma elástica que sea
suficientemente larga (podemos pensar en ella como una representación sencilla
de una molécula de ADN en la que
las hebras no están entrelazadas). A continuación, sostenemos la goma en dos
puntos entre los dedos índice y pulgar de cada mano. En este instante inicial
se tiene L=T=0, pues las hebras no están entrelazadas y la molécula
no describe ningún ángulo. Si comenzamos a girar la banda con una de las manos,
los bordes se van enrollando uno sobre el otro, de modo que tanto L como T van aumentando y lo hacen
en la misma medida, por lo que L=T>0 y W=0.
Finalmente,
llega un momento en que las tensiones sobre la banda son de tal magnitud que
fuerzan a ésta a retorcerse sobre sí misma y nos obligan a aproximar las manos,
fenómeno que se conoce con el sugerente nombre de superenrollamiento. Es en este preciso instante en el cual los
aumentos de L se traducen en aumentos de W mientras que T permanece constante; por
otro lado, si en el instante L=T>0 con W=0 acercamos las manos, entonces W crece a expensas de T. Situaciones idénticas se
presentan cuando el cable del teléfono está superenrollado
y hemos de girar el auricular para poder manejarlo con comodidad, o cuando
tenemos el mismo problema con el mango de la ducha.
¿Por
qué estos parámetros y, en concreto, el número de retorcimiento W tienen tanta importancia en el estudio de las
funciones del ADN? La razón
principal es que W es una cantidad observable. En efecto, mientras que la estructura local
del ADN es invisible -no es
apreciable por métodos observacionales directos- sí lo es su estructura
terciaria en forma de superenrollamientos. Por tanto, pequeños, sutiles e invisibles cambios en la estructura
local de la molécula -que se traducen en variaciones de T y L- provocan efectos observables
al modificar el valor de W y, por ende, la estructura
global de la molécula. En este sentido, la fórmula de White puede entenderse
como una llave especial que nos abre la puerta desde los niveles
submicroscópicos a los macroscópicos.
Aplicaciones
a la investigación
A
continuación, vamos a describir brevemente algunos de los problemas y
situaciones que se pueden explicar aplicando la teoría matemática de los
invariantes anteriores al extenso conjunto de evidencias empíricas que se
observan en los experimentos de laboratorio.
La
primera cuestión está relacionada con la energía elástica almacenada en la
molécula de ADN. Así, es conocido
que el ángulo de inclinación descrito por la doble hélice depende, entre otros
parámetros, de la temperatura: a menor temperatura la molécula tiende a
enrollarse -lo que equivale a un ángulo menor y a un aumento de T y L- mientras que un incremento
en la temperatura supone un menor enrollamiento, fenómeno que se conoce como
forma relajada o desnaturalizada de la molécula. Algunos autores han sido capaces de
medir las variaciones locales del ángulo frente a determinados aumentos de la
temperatura. Obviamente, estas medidas angulares no son posibles utilizando el
microscopio electrónico y su determinación se puede llevar a cabo observando
los cambios en el número W y aplicando la fórmula de
White.
Análogamente,
se efectúan experimentos similares para estimar las variaciones angulares
frente a la acción de diversos compuestos químicos. El interés de estos
experimentos radica en que la forma relajada del ADN favorece los procesos de replicación y transcripción
mientras que un incremento de L y T los dificulta. Este hecho tiene importantes
implicaciones en el diseño de antibióticos y ciertos fármacos.
La
siguiente cuestión también está relacionada con el fenómeno de la replicación. Desde
que Watson y Crick propusieron el modelo de la doble hélice hace 50 años y la forma
en que la molécula se replicaba, la mayor parte de los elementos de la teoría
fueron rápidamente confirmados y aceptados. No obstante, muchos autores señalaron
la siguiente paradoja:
Si las dos hebras de la molécula están
entrelazadas en forma de doble hélice y cuando se replican se separan en dos
moléculas distintas, ¿cómo es posible que ambas puedan apartarse la una de la
otra si están entrelazadas mutuamente?
Esta
paradoja se conoce en la literatura como el problema
de la alineación y, pese al tiempo transcurrido, todavía no se conoce con
total exactitud el proceso. De hecho, las hipótesis que se manejan para
explicar la replicación suelen conducir a nuevos interrogantes y desafíos que,
para ser afrontados con garantías, requieren el esfuerzo de equipos formados
por biólogos y matemáticos.
Después
de los primeros intentos para resolver esta cuestión, el descubrimiento de unas
enzimas conocidas como topoisomerasas
aportó nuevas perspectivas para esclarecer la situación. Estas enzimas, con
nombres tan gráficos como la ADN-girasa y la ADN-helicasa,
actúan cortando una o ambas hebras de la molécula y volviendo a unir los
extremos en otro punto distinto. Esta acción, encaminada a facilitar la
replicación, provoca un cambio en la geometría del ADN, y si queremos conocer cómo actúa de forma exacta una
enzima determinada, la táctica consiste en deducir la variación de los
parámetros T y L en virtud de cómo se altera
el observable W.
Un
aspecto decisivo de las topoisomerasas es que no alteran la configuración
lineal de la molécula, esto es, la secuencia de los nucleótidos. No obstante, existe
un conjunto de enzimas -conocidas como recombinasas-
que sí modifican sustancialmente la estructura del ADN, recombinando
la disposición lineal de los nucleótidos. Estas enzimas actúan bien moviendo un
bloque de la molécula a otra posición, bien integrando un bloque de ADN de otra clase en la molécula
original (véase la Figura 3).
El
producto de la recombinación es una molécula diferente e incluso dos moléculas
distintas. De nuevo, la acción de la recombinasa en el interior del sinaptosoma
-el lugar determinado para la acción de la enzima- supone cambios topológicos
en el sustrato. Así, partiendo de éste y del producto de la reacción es posible
deducir -mediante resultados matemáticos- la acción oculta de la enzima y lo que está ocurriendo dentro del sinaptosoma.
No
podemos finalizar este pequeño trabajo sin apuntar dos sencillas reflexiones
acerca de la investigación. La primera de ellas es una reivindicación de la
investigación “pura” -en el sentido de
investigación ?no aplicada?-. La
mayoría de las técnicas matemáticas que hemos nombrado se desarrollaron por sí
mismas y sin ninguna finalidad concreta; posteriormente alguien fue capaz de
adaptar la abstracción de un objeto matemático a un problema en la vida real,
siendo ésta una situación que se repite continuamente.
Por
último, cuando nos encontramos en un mundo en el que la investigación se divide
en compartimentos estancos y donde la especialización es la clave de los
éxitos, nos alegramos de que este trabajo refleje una especial simbiosis entre
dos ciencias como la biología y las matemáticas. Quizás sea ésta la clave en la
resolución de la ingente cantidad de problemas abiertos en todas las ramas de
la ciencia. ¿Quién sabe?
Referencias
F. Brock
Fuller: The writhing number of a space curve. Proc. Nat. Acad. Sci. 68, 4 (1971), 815-819.
F. Brock
Fuller: Decomposition of the linking number of a closed ribbon: A problem from
molecular biology. Proc. Nat. Acad. Sci.
75, 8 (1978), 3557-3561.
F.H.C.
Crick: Linking numbers and nucleosomes. Proc.
Nat. Acad. Sci. 73, 8 (1976), 2639-2643.
K. Murasugi:
Knot Theory and its Applications.
Birkhäuser, Boston, 1996.
W.F. Pohl:
Some integral formulas for space curves and their generalization. Amer. J. Math. 90 (1968), 1321-1345.
W.F. Pohl:
The self-linking number of a closed space curve. J. Math. Mechanics 17, 10 (1968), 975-985.
W.F. Pohl:
DNA and Differential Geometry. Math.
Intelligencer 3 (1980), 20-27.
W.F. Pohl,
G.W. Roberts: Topological considerations in the theory of replication of DNA. J. Math. Biology 6 (1978), 383-402.
L. Postow,
B.J. Peter, N.R. Cozzarelli: Knot what we thought before: the twisted story of
replication. BioEssays 21 (1999),
805-808.
D.W.
Sumners: Untangling DNA. Math. Intelligencer
12 (1990), 71-80.
D.W.
Sumners: Lifting the curtain: Using topology to probe the hidden action of
enzymes. Notices Amer. Math. Soc. 42,
5 (1995), 528-537.
J.D. Watson,
F.H.C. Crick: Molecular Structure of Nucleids Acids. Nature 171 (1953), 737-738.
J.H. White:
Self-linking number and the Gauss integral in higher dimensions. Amer. J. Math. 91 (1969), 693-728.

|
Sobre el autor
|
José Antonio Pastor González (Cieza, 1973) es Doctor en
Ciencias Matemáticas por la Universidad de Murcia y Profesor Titular de
Geometría y Topología en el Departamento de Matemáticas de dicha universidad.
Su especialidad en investigación abarca temas como la Geometría de Lorentz y
las Subvariedades de Curvatura Constante en diversos ambientes Semiriemannianos,
donde ha publicado más de una quincena de artículos de investigación. Además,
es evaluador de artículos científicos para revistas como Differential
Geometry and Applications, Journal of Geometry and Physics y Classical and
Quantum Gravity. Ha organizado e impartido diversos ciclos de conferencias y
ha escrito artículos de divulgación científica relacionados con la Geometría
Diferencial.
|