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GUILLERMO CURBERA DESVELA EN UN LIBRO LAS AVENTURAS OCURRIDAS EN MÁS DE UN SIGLO DE CONGRESOS INTERNACIONALES DE MATEMÁTICAS. Un artículo en el periódico Público recuerda algunas de estas anécdotas.
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EXTRAÍDO DEL PERIÓDICO "PÚBLICO"
Aquella tarde del agosto de 1974, la playa nudista de Wreck, en Vancouver
(Canadá), parecía el Festival de Woodstock. Estaba atestada de melenudos en
pelota picada.
Pero aquellos jóvenes desaliñados no habían llegado a la playa hasta las
cejas de marihuana y ácido lisérgico procedentes
de un concierto de rock psicodélico, sino que salían de la Universidad
de la Columbia Británica, donde habían estado hablando de las mejoras del
teorema de Dirichlet sobre los números primos en las progresiones aritméticas
y sobre los conjuntos de soluciones de los sistemas de ecuaciones algebraicas.
Aquellos hippies eran los asistentes al Congreso
Internacional de Matemáticos que se celebró en Vancouver en 1974.
Esta imagen insólita aparece en el libro Mathematicians
of the world, unite! (Matemáticos del mundo, ¡uníos!), que
acaba de publicar el español Guillermo
Curbera en la editorial estadounidense A K Peters. El volumen repasa un
siglo de estos congresos internacionales, pero no habla de matemáticas, sino de
las sorprendentes vidas de los matemáticos que acudieron a ellos.
En sus páginas aparece el famoso Grigori Perelman, que rechazó en 2006 el
equivalente al premio Nobel de esta disciplina junto a su dotación de un millón
de dólares y fue visto por última vez vestido como un indigente en el metro de
San Petersburgo.
También figura el francés Gaston Julia, que fue un pionero en el estudio de
los fractales y vivió toda su vida con una especie de máscara de cuero que
cubría parte de su rostro. Había perdido su nariz a los 22 años en la Primera
Guerra Mundial, donde combatía en un regimiento de infantería.
Y el libro también narra los banquetes de caviar regado con vodka en el
Congreso de Moscú, en 1966; la misteriosa detención por las autoridades soviéticas
del estadounidense Stephen Smale, gurú de la geometría diferencial y activista
contra la Guerra de Vietnam, en la misma cita moscovita; el teorema de Pitágoras
dibujado con fuegos artificiales en 1904 en el cielo de Heidelberg...
Difícilmente podía imaginar Guillermo Curbera, mientras se iniciaba en la
investigación, que con los años terminaría convirtiéndose en el gran experto
en la historia de los Congresos Internacionales de Matemáticos. Su primer
recuerdo se remonta al que se celebró en Kioto en 1990. Por entonces, él
escribía aún su tesis doctoral, y aquellos encuentros le parecían "una
cosa de mayores".
Sin embargo, estuvo muy al tanto de los preparativos de la siguiente entrega,
cuatro años más tarde, en Zúrich, pues conocía a uno de los miembros del
comité organizador. Esta vez tampoco pudo asistir, porque acababa de
incorporarse a la Universidad de Sevilla y no había presupuesto para estos
viajes. La edición de 1998, en Berlín, le pilló trabajando en las antípodas,
y un imprevisto de última hora le impidió incorporarse al congreso de Beijing
en 2002.
Sólo en el año 2006, cuando Madrid fue la sede elegida para acoger el
Congreso, pudo resarcirse este profesor de Análisis Matemático de la maldición
que le perseguía. Y tuvo la ocasión de hacerlo por todo lo alto, pues la
exposición que le tocó organizar para conmemorar las 25 ediciones de esta
asamblea científica le permitiría conocerlas mejor que si hubiese participado.
No puede considerarse en absoluto casual que el primer Congreso de la
historia se celebrara en Zúrich en 1897. Por un lado, con la Revolución Científica
las matemáticas habían dejado de ser una ocupación secundaria -como en el
siglo XVII, cuando el francés Pierre de Fermat tenía que ganarse la vida como
abogado- para convertirse en una profesión reconocida. Como consecuencia, se
crearon muchos puestos en las universidades europeas y florecieron las
sociedades matemáticas y las revistas especializadas.
Pese a la internacionalización creciente, muchos matemáticos seguían
trabajando en la soledad de sus despachos, donde la única posibilidad de poner
en común sus ideas se limitaba a la escritura de unas cartas cuyos
destinatarios bien podían tardar varios meses en recibir. Por otra parte,
pronto se crearon en las universidades una serie de grupos de poder, capaces de
silenciar las investigaciones de quienes no contaban con su apoyo.
Así se entiende que el matemático ruso Georg Cantor, que había tenido que
luchar contra la escuela de Berlín en el siglo XIX para que se aceptara su teoría
de conjuntos, fuera uno de los más interesados en poner en marcha un foro en el
que discutir con libertad los últimos avances. El lugar elegido fue Suiza, un
país que "por su situación y tradiciones había potenciado siempre las
relaciones internacionales".
No es el de Zúrich, sin embargo, el Congreso que ha quedado en la memoria,
pues la intervención del matemático alemán David Hilbert, padre de una
conocida generalización del concepto de espacio euclídeo, en el París de la
Exposición Universal se convertiría en 1900 en uno de los iconos más
reconocibles de estas cumbres científicas.
Con una teatralidad desconocida hasta la fecha, Hilbert se dirigió al
auditorio de la Sorbona para preguntarse "quién no se alegraría al
levantar el velo tras el que se oculta el porvenir, dejando caer una mirada
sobre los futuros avances de nuestra ciencia y sobre los secretos de su
desarrollo".
Comenzaba así una lista de problemas en la que había recogido las 23
preguntas sin resolver que, a su juicio, marcarían el rumbo de las matemáticas
del siglo XX. Como explica Curbera, la importancia de los problemas de Hilbert
fue aumentando a medida que se iba reconociendo cada avance hacia su solución
como un gran logro, pero es posible que en su día el público de París no
fuera consciente de la relevancia de lo que estaba sucediendo allí.
Entre otras cosas, porque los repetidos retrasos de Hilbert a la hora de
enviar su artículo habían terminado por relegar la conferencia plenaria a la
que había sido invitado inicialmente a la sección de "Bibliografía,
historia, enseñanza y métodos".
Si Hilbert hubiera presentado su lista en 1904, no habría dudado en incluir
la conjetura de Poincaré, que cualquier matemático echa hoy en falta al
examinar la colección de problemas. Esta tentativa de comprender mejor cómo
son los cuerpos en cuatro dimensiones tuvo en vilo a las mejores mentes de los
últimos 100 años, hasta que en el Congreso de Madrid se anunció de forma
oficial que Grigori Perelman había obtenido una demostración completa, lo cual
le valdría una de las cuatro medallas Fields que se concedieron ese año.
Desde que se entregara por primera vez en el Congreso de Oslo (Noruega), en
1936, la medalla Fields representa el máximo reconocimiento al que puede
aspirar un matemático. Entre las condiciones exigidas al crear el premio se hacía
especial hincapié en que la medalla tenía que ser "no sólo un
reconocimiento al trabajo ya hecho, sino también un incentivo para emprender
nuevas investigaciones". La cláusula en seguida se interpretó como un
límite de edad de los candidatos, que hace que nadie mayor de 40 años haya
recibido nunca la medalla.
Pese a que el ganador se mantiene en secreto hasta el día de la ceremonia,
meses antes del Congreso de Madrid ya se rumoreaba que Perelman había rechazado
la medalla Fields, una decisión sin precedentes, lo que produjo una atención
insólita por parte de los medios de comunicación. Camino del Palacio Municipal
de Congresos, muchas conversaciones con los taxistas de Madrid empezaban de la
misma forma: "¿Ha venido Perelman?".
Entre la intervención de Hilbert y el rechazo de Perelman se extiende más
de un siglo de congresos, que constituyen al mismo tiempo un termómetro de las
matemáticas y de la situación política de la época. El objetivo inicial de
la exposición sobre la historia de los Congresos Internacionales de Matemáticas
era más bien modesto: reunir los carteles oficiales de todas las ediciones.
Para ello, Curbera contactó con Olli Lehto, que había sido secretario de la Unión
Matemática Internacional (IMU) durante ocho años, y este le permitió el
acceso a sus archivos.
Sin embargo, durante la semana que pasó buceando entre papeles en un cuarto
sótano de la Universidad de Helsinki, Curbera no encontró ni rastro de
fotografías. Esto le obligó a lanzarse a una búsqueda que puso una vez más
de manifiesto el espíritu de colaboración que había impulsado los primeros
Congresos Internacionales de Matemáticas. Mientras una compañera rusa de su
departamento le ayudaba con los caracteres cirílicos, el único organizador
vivo del Congreso de Ámsterdam de 1954 quitaba el marco a una fotografía de
casi un metro de ancho en casa de la viuda de un colega.
Este esfuerzo combinado permitió que se pudieran exhibir por vez primera imágenes
del Congreso hippie de Vancouver o del que tuvo lugar en Moscú en
1966. Como apunta Curbera, la instantánea en la que aparecen cientos de matemáticos
bebiendo vodka y tomando caviar en un salón del Kremlin significa mucho más
que eso: la Guerra Fría se había relajado, y la ciencia rusa entraba en
contacto con la escuela occidental.
El reconocimiento al trabajo de Curbera no se hizo esperar. A K Peters decidió
publicar el libro, que será uno de los regalos que la IMU concederá a los
ganadores de la Medalla Fields del Congreso del año que viene en Hyderabad
(India). Porque, sí, la historia continúa.
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