Recibido: miércoles, 02 marzo 2005
La matemática borrosa en economía y gestión de empresas I
Jaime Gil Aluja
Departamento de Economía y Organización de Empresas
Universidad de Barcelona
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página web: http://www.fuzzyeconomics.com
De
las leyes de la naturaleza a las leyes de la economía
Una y otra vez, un año tras otro, una generación después de otra, los investigadores que trabajan en el
ámbito de la economía y gestión de empresas, han intentado encauzar sus
esfuerzos hacia la búsqueda de un cuerpo
científico capaz de comprender mejor, explicar más adecuadamente y tratar
con rigor los fenómenos, cada vez más complejos, que pueblan el panorama de los
estados, de las instituciones y de las empresas. Pretenden con ello
proporcionar los cauces necesarios para hacer menos hostil la convivencia entre los miembros de nuestra sociedad
y más soportables las batallas que
se libran para conseguir ocupar un lugar en un mundo mejor.
Pero cambiar nuestro mundo
exige, como paso previo, conocerlo en profundidad; descubrir, si existen, las leyes por las cuales se rige. Es
necesario tomar conciencia de que nuestro minúsculo planeta es una brizna de
polvo perdida en la inmensidad del universo. Desdeñar este importante aspecto
conduce, inevitablemente, al despropósito investigador. La ciencia económica y, como consecuencia de ello, las ciencias que estudian la empresa, han
ido pulsando, prácticamente desde sus orígenes, las miradas con que los físicos observaban el universo, con la
esperanza de encontrar aquellas señales mediante las cuales, de alguna manera,
se pudieran estimar los futuros escenarios en los que se desenvolvería la
actividad económico-financiera de las organizaciones. Fruto de esta actitud, se
ha podido comprobar que a las leyes de
la naturaleza le han seguido las leyes
económicas. Pero, también a los “vacíos” o “anomalías” en la naturaleza se
han unido los “comportamientos anómalos” en los sistemas económicos. Y han
surgido y se han agolpado en las mentes de tantos y tantos físicos las
insistentes preguntas sobre el significado de
la realidad y sobre la existencia
del tiempo, al mismo tiempo que los economistas se interrogaban sobre la
esencia de los fenómenos
económico-empresariales y sobre el funcionamiento
de las “fuerzas” que los provocan.

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Tampoco nosotros hemos podido evitar que en los recónditos vericuetos de nuestra mente se agiten, en torbellino,
unos pensamientos que buscan el
impulso suficiente para emerger en forma
de palabras, para, así, ser presentados en el escenario que proporcionan
las ferias de la Ciencia. En esta espera, han acudido para prestar su ayuda
los recuerdos de la Historia. Y
desde su reposo oscuro, las enseñanzas recibidas, otrora casi olvidadas, se
han convertido en letra escrita,
recuperando, de esta manera, la memoria de escondidos conocimientos.
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Giordano Bruno.
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En el siglo XVI, Giordano Bruno
(1548-1600) escribía que, el universo es
uno, infinito e inmóvil... No tiene nada
fuera de él, entendiéndose que es el
todo. No tiene generación propia,
ya que no existe otra cosa que pueda buscar. No es corruptible, dado que no puede tornarse en otra cosa. No puede disminuir o aumentar, puesto que es
infinito. No es alterable, por no haber nada externo que le pueda
afectar[1]. Esta idea, expresada así por Bruno, desteñiría el pensamiento
científico occidental durante siglos y con ella cobraría intensidad la concepción mecanicista del universo.

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Vishnú, Shiva y Brahma (s. X).
Los Angeles
County Museum of Art.
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Pero, mientras nuestra civilización consideraba el universo como un
mecanismo de relojería, pensando que las ecuaciones
deterministas conducían siempre a un comportamiento
regular, la filosofía oriental, y el hinduismo es un ejemplo, poseía una
percepción más compleja. Así, en el pensamiento hindú el “cosmos” atraviesa
tres etapas: creación (cuyo dios es Brahma), conservación (que tiene como dios
Vishnú) y destrucción (con el dios
Shiva). La conservación representa el orden,
la destrucción el desorden. La
distinción entre orden y desorden representa dos maneras de manifestar la divinidad:
benevolencia, armonía por una parte; cólera, discordia por otra. Lo que de ninguna forma significa, es la
diferencia entre el bien y el mal. Los matemáticos,
hoy, empiezan a considerar el orden y el desorden como dos manifestaciones
diferentes de un determinismo
subyacente. En otras palabras, un mismo fenómeno puede dar lugar a sistemas
diferentes que proporcionan conjuntos de estados, unos “ordenados”, otros
“desordenados”.

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Jules Henry Poincaré.
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Esta actitud frente al funcionamiento del universo, ha sido consecuencia
de la observación de los movimientos que en él se producen y los intentos de
resolver los problemas sobre ellos planteados. Ilustrativo es, en este sentido,
el contenido del capítulo tercero de la memoria El problema de los tres cuerpos y las ecuaciones de la dinámica de Jules Henri Poincaré (1854-1912), en
donde se esfuerza en poner de manifiesto la existencia de soluciones periódicas
para las ecuaciones diferenciales. Parte del supuesto de que, en un determinado
momento, un sistema se halla en un estado concreto y que en un momento
posterior vuelve, de nuevo, al mismo estado. Todas las posiciones y velocidades
son las mismas después que antes. Así, debe repetirse, una y otra vez, el
movimiento que le ha conducido desde un estado de nuevo a sí mismo: el movimiento es periódico.
Para ejemplificar esta idea, los físicos recurren a la sencilla imagen
de un satélite artificial para el que se desea saber si posee una órbita periódica. Así, en lugar de
seguir con un telescopio toda su trayectoria alrededor de la Tierra, lo enfocan
de manera que “barra” un plano que vaya de norte a sur, desde un horizonte a
otro, y que esté alineado con el centro de nuestro planeta. Toman nota del
lugar donde pasa por primera vez, su rapidez y su dirección. Permanecen a la
espera sólo enfocando el plano. La periodicidad exige que vuelva a
pasar por el mismo punto, a la misma velocidad y en la misma dirección.
Actuando de esta manera, en lugar de observar todos los estados, basta con
mirar unos pocos. A esta superficie se la conoce como sección de Poincaré, quien la utilizó para intentar hallar movimientos
periódicos de un cuerpo pequeño sujeto a las fuerzas de otros dos cuerpos
con masas grandes, los cuales no se hallan afectados por él, por ejemplo una
partícula interestelar y dos planetas. Los dos cuerpos grandes se mueven
formando sendas elipses alrededor de su mutuo centro de gravedad, pero el cuerpo
pequeño se mueve oscilante de un lado hacia otro sin que nada pueda hacer para
cambiar su rumbo. Su comportamiento es complicado y anti-intuitivo. En efecto,
el sistema inicia una actividad en un estado y sigue una curva. Cuando vuelve a
la sección de Poincaré pasa por otro
estado, luego por otro y por otro..., y así sucesivamente. El sistema, en
definitiva, atraviesa la sección de
Poincaré, por una secuencia incierta
de puntos. Poincaré se hallaba ante
un panorama que hoy llamaríamos caótico.
En nuestro ámbito del pensamiento se puede señalar que el estudio del comportamiento de los sistemas
económicos ha sido realizado, con frecuencia y desde una cierta
perspectiva, a partir de los procesos markovianos
y pseudomarkovianos[2].
En base a ellos, los investigadores han podido encontrar algunas soluciones a
los problemas secuenciales, los
cuales nos han llevado a considerar tres grandes grupos:
1.
Cuando a
partir de datos ciertos y de un sistema conocido, los resultados van a
converger en el límite. Se trata de sistemas
ergódicos.
2.
Cuando
bajo estas mismas circunstancias, el sistema
no posee una solución única
conocida, sino que tiene lugar una oscilación
regular de soluciones. Nos hallamos ante sistemas periódicos.
3. Pero existen también sistemas en los cuales,
por muchos periodos de tiempo que transcurran, no somos capaces de hallar regularidades,
sino estados “desordenados”.
Nos sentimos reconfortados
por la comodidad que proporciona el tratamiento de los dos primeros. Pero, en
cambio, nos desconcierta la
impotencia ante la falta de “normas” de comportamiento
regularizables, en el último.
Este panorama, aún esbozado de manera grosera, puede explicar la ya
señalada búsqueda de respuestas al significado de los dos elementos que
subyacen en todo proceso de investigación:
la realidad y el tiempo.
Breves
consideraciones sobre la realidad y el tiempo
Al adentrarnos en esta senda surge la primera pregunta: ¿Son estos conceptos
indisociables entre sí? Normalmente, asociamos la realidad al momento actual. El pasado ha dejado de ser y el futuro no
es todavía. Parece que nuestro pensamiento se desplaza de tal manera que la incertidumbre del mañana deja de
serlo para convertirse en la realidad efímera de hoy, la cual deja paso, a su
vez, a la certeza del pasado.
Pero esta percepción vital
choca frontalmente con la racionalidad
con que los físicos clásicos asumen el concepto de tiempo. Para ellos, existe
un “paisaje temporal” en el cual se
hallan todos los acontecimientos del pasado, del presente y del futuro. El
tiempo no se mueve, se mueven los objetos en el tiempo. El tiempo no transcurre. Simplemente es. El flujo del tiempo es irreal, lo que es real es el tiempo.

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Albert Einstein (i) y Michele Besso (d), su amigo más próximo, con quien iba
paseando a casa cada día desde la Oficina de Patentes. Einstein lo
consideraba como “la mejor caja de resonancia de Europa” para las ideas
científicas.
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Resulta reveladora, a este respecto, la correspondencia sostenida los
últimos años de sus respectivas vidas, entre Michele Besso y Albert
Einstein[3].
Ante la insistente pregunta del primero: ¿qué
es el tiempo?, ¿qué es la irreversibilidad?, el segundo le
contesta: la irreversibilidad es una ilusión. Con motivo del
fallecimiento de Besso, Einstein escribe una carta a la hermana
e hijo de aquél que contiene las siguientes palabras: Michele se me ha adelantado en dejar este extraño
mundo. Carece de importancia. Para nosotros, físicos convencidos, la distinción
entre pasado, presente y futuro es sólo una ilusión, por persistente que ésta
sea.
A pesar de tan rotundas aseveraciones, resulta difícil aceptar una
naturaleza sin tiempo. Homero, en La Ilíada, coloca a Aquiles en una
posición de búsqueda de algo permanente
e inmutable, que sólo descubre tardíamente, al perder la vida. La obra se
apoya, pues, en el problema del tiempo. Como contrapunto, en La Odisea, Odiseo puede elegir entre la eterna
juventud y la inmortalidad (será
siempre amante de Calipso) o el regreso a la humanidad, es decir a la vejez y a la muerte. Se decide por
el tiempo y el destino humano,
desdeñando la eternidad y el destino de
los dioses. ¿Debemos nosotros elegir entre la concepción atemporal que presupone la alienación humana y la aceptación del tiempo que parece
contravenir la racionalidad científica?

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Busto de Homero.
Museo Capitalino, Roma.
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Palpita una profunda incompatibilidad entre la “razón clásica” con una visión atemporal y “nuestra propia existencia” sazonada por el tiempo.
No se puede negar la validez de los conceptos, pasado y futuro, aunque
se sostenga la inexistencia del “flujo del tiempo”. En economía y gestión de
empresas existen multitud de fenómenos irreversibles. Diríamos que son mayoría.
Existe, por tanto, una asimetría de los
objetos en el tiempo, aunque no una asimetría
del tiempo. En este sentido, por tanto,
la asimetría es una propiedad de los objetos, no una
propiedad del tiempo.
Para la física clásica, un reloj mide duraciones entre acontecimientos, no mide la velocidad con la que
se pasa de un suceso a otro. Así, pues, el transcurso
del tiempo depende de la persona que lo percibe. Se trata, entonces, de un
concepto subjetivo.
En los estudios económicos y de gestión, el transcurso del tiempo se concibe como aquel proceso mediante el
cual a medida que el reloj avanza, un instante va pasando y otro ocupa su
lugar. Como reiteradamente hemos expuesto, en física, por el contrario, se
acepta que son igualmente reales pasado,
presente y futuro: la eternidad se halla presente en toda su infinita
dimensión.
Si esto fuera así, nos podemos preguntar cómo ha llegado a arraigar en
el subconsciente de economistas y gestores de empresas e instituciones, la idea
de transcurso del tiempo. Quizás la
respuesta se halle en los dos aspectos de la asimetría:
a)
La entropía de un sistema se halla en
relación directa con la información que recibe. Las nuevas sensaciones añaden
información y, por tanto, aumentan la entropía. El almacenamiento de
información es un proceso unidireccional, irreversible.
b)
El principio de indeterminación de Heisenberg implica un futuro no
determinista. En la mecánica cuántica, un estado, hoy, puede dar lugar a varios estados en el futuro, sin que sea posible predecir cual de ellos se hará
realidad.
Sea como fuere, resulta muy difícil arrancar del pensamiento económico
la noción de flujo temporal, aun cuando, paradójicamente,
la presencia de la reversibilidad,
con toda su carga de lo atemporal, ha sido una frecuente constante en las
aportaciones con más permanencia en el cuerpo científico de la economía.
Algunos antecedentes históricos del
determinismo

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Helios en su carro (435 a.C.).
Museo Británico, Londres.
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Desde hace muchos siglos, la idea
de atemporalidad ha ido imbuyendo las reflexiones de los pensadores,
interesados en averiguar las regularidades del funcionamiento del Cosmos.
Inicialmente, la cosmología
se hallaba impregnada de la imaginación mitológica: se concebía la Tierra
sostenida por un elefante, las estrellas colgando de cuerdas que se apagaban
durante el día, el dios Sol (Helios) conduciendo un carruaje a través del
espacio. A pesar de ello, los filósofos
griegos fueron capaces de calcular
con gran precisión los movimientos de
los planetas, aun cuando desconocían las “leyes” que rigen los más
elementales fenómenos de nuestro entorno.

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Jan Vermeer: El astrónomo
(1668).
Museo del Louvre, París.
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En este sentido, sabemos que Tales
de Mileto (624 a.C. - 546 a.C.) pudo estimar, con un reducido margen de
error, la fecha de un eclipse de Sol. Sabemos que Pitágoras introdujo las
matemáticas, aun considerando el significado mágico de los números. Que Platón suponía que la Tierra era el
centro del universo con unas esferas huecas girando a su alrededor con una
regularidad matemática. Que Eudoxo
realizó una descripción matemática en la que los planetas estaban montados
sobre veintiséis esferas concéntricas, cada una de las cuales giraba alrededor
de un eje sostenido por la más próxima. Que, más tarde, Apolonio de Perga (262 a.C. - 200 a.C.) ideó la teoría de los
epiciclos, según la cual los planetas se movían en pequeños círculos cuyos
centros giraban, a su vez, en círculos mayores. Pero el triunfo de la
“matemática empírica” vino de la mano de Claudio
Tolomeo (100 d.C. - 160 d.C.) con el perfeccionamiento de la concepción
epicíclica, de tal manera que los epiciclos se ajustaban tanto a las
observaciones reales que su sistema tuvo vigencia durante quince siglos.
Estas han sido algunas de las efemérides que han jalonado el inicio de
los “conocimientos sagrados” de las leyes
de la naturaleza, que describen el universo a partir de equilibrios estables. Se puede decir, pues, que el concepto de leyes de la naturaleza, bien
representado por la metáfora “un mundo que funciona como un reloj”, se pierde
en la noche de los tiempos y se ha hallado profundamente arraigado en el
pensamiento y obras de nuestros investigadores. Tanto es así, que, casi 1.500
años después, Nicolás Copernico
(1473-1543) pone de manifiesto la existencia de un gran número de epiciclos
idénticos y descubre que podían ser eliminados si se consideraba que la Tierra
giraba alrededor del Sol. Con ello surge la teoría heliocéntrica, reduciéndose el número de epiciclos a treinta
y uno. A pesar del devenir de los siglos, la idea de leyes de la naturaleza, con su carga mecanicista, continúa
omnipresente en el horizonte investigador.

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Johannes Kepler (1571-1630) emprende una revisión de los
trabajos de Copérnico y formula su tan conocida primera ley[4], seguida de otras dos leyes, que se desprenden de
la primera[5]. A pesar de su indudable originalidad, la teoría
de Kepler constituye, únicamente, una formalización descriptiva
(expresa lo que hacen los planetas), no explicativa.
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Johannes Kepler.
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Isaac Newton.
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Galileo Galilei (1564-1642) reduce sus investigaciones a
unas pocas magnitudes básicas: tiempo, distancia, velocidad, aceleración,
momento, masa e inercia. En lugar de buscar el por qué de los
fenómenos se interroga sobre cómo acontecen los fenómenos. En su
Diálogo sobre los dos principales sistemas del mundo, en donde expone su
teoría heliocéntrica, establece un sistema de ley natural
para los objetos celestes y otro sistema para los objetos de la tierra. Se trata, en cierto modo, de
la reivindicación de la dualidad. |

|
Galileo Galilei.
|
Gottfried Leibniz.
|
Isaac Newton (1642-1727) cambió definitivamente esta
percepción con su búsqueda de un código
de leyes que gobernara el movimiento de un cuerpo bajo todas las combinaciones de fuerzas. Realizó su planteamiento desde
una perspectiva geométrica. En
efecto, en una representación gráfica, mediante un sistema de coordenadas, la variación de la velocidad de un cuerpo
en relación con el tiempo adopta la
forma de una curva. De manera geométrica
se observa que la distancia total recorrida es igual al área comprendida debajo de la curva. Así mismo, la velocidad es
igual a la pendiente de la tangente de la curva que relaciona
distancia y tiempo. El problema consistía, entonces, en cómo calcular estas
áreas y tangentes.
El propio Newton, por una
parte y Gottfried Leibniz (1646-1716),
por otra, dieron la solución, dividendo el tiempo en intervalos cada vez más
pequeños. El área buscada era la
resultante de sumar las áreas de un elevado número de estrechas bandas
verticales. La pendiente de una tangente
puede ser calculada considerando dos momentos del tiempo muy cercanos, haciendo
que la diferencia entre ambos sea arbitrariamente muy pequeña. Sostenían que
“en el límite” los errores de las sucesivas aproximaciones podían desaparecer.
Estos métodos de cálculo se conocen, hoy, con las denominaciones integración y diferenciación. En los tres tomos de su Philosophiae Naturalis Principia Mathematica
Newton redujo todo movimiento a tres leyes[6], presentadas en el primer volumen.
Las leyes de Newton son universales. La órbita de Júpiter y la
trayectoria de una bala de cañón son dos manifestaciones de la misma ley. El universo es, de nuevo, único.

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Leonhard Euler (1707-1783) prestó especial atención a la
dinámica de fluidos y estableció, entre otros, un sistema de ecuaciones en derivadas parciales para describir el
movimiento de un fluido sin fricciones. La mecánica se basaba total y
explícitamente en el cálculo: hallar las ecuaciones diferenciales, primero;
resolverlas, después. Modelizó el fluido como un medio continuo,
infinitivamente divisible, y describió su movimiento mediante variables
continuas que dependían de la velocidad, densidad y presión de las partículas
del fluido. Una década antes, Jean Le
Rond d'Alembert (1717-1783), al analizar las vibraciones de una cuerda,
establecía una ecuación diferencial que resultó ser una ecuación en derivadas
parciales.
Joseph Louis Lagrange (1736-1813) reformula los hallazgos de Euler, que cristalizan en dos
importantes ideas: “el principio de la
conservación de la energía” y
“el establecimiento de las coordenadas
generalizadas”.
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Leonhard
Euler.
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Joseph Louis Lagrange.
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Jean Le
Rond
d'Alembert.
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William Rowan
Hamilton.
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a)
La
mecánica clásica considera dos formas de energía:
la energía potencial y la energía
cinética. Cuando cae un cuerpo, al
descender se acelera (cambia energía potencial por energía cinética). La energía total no se altera, por lo que la suma de ambas energías es siempre la
misma. De nuevo, una ley venía a
engrosar el acervo de la ciencia.
b)
Las coordenadas son un artificio para convertir la geometría en álgebra,
asociando un conjunto de números con cada punto. Existían varios sistemas de
coordenadas. Lagrange empezó suponiendo un sistema
de coordenadas cualquiera, hasta hallar las ecuaciones del movimiento en
una forma que no dependían del
sistema de coordenadas elegido.
William Rowan Hamilton (1805-1865) reformula de nuevo la dinámica,
estableciendo que el estado de un sistema dinámico viene dado por un conjunto
de coordenadas de posición (las de
Lagrange) y un conjunto de coordenadas
de momento (velocidades multiplicadas por la masa). La “energía total”,
definida en términos de estas posiciones y momentos, es una cantidad única, conocida hoy como hamiltoniano del sistema.
Así, año tras año, decenio tras decenio, siglo tras otro, las distintas
ramas de la ciencia trataron sus problemas mediante leyes matemáticas. Fue a lo largo del siglo XVIII e inicios del XIX
cuando se estableció la mayor parte de las más celebradas leyes de la física matemática clásica. Apareció, así, un paradigma
de gran alcance: “la naturaleza es modelizable
mediante ecuaciones diferenciales”.
Pero si la modelización de los fenómenos físicos fue el gran éxito de
este periodo, no lo fue tanto la resolución de las ecuaciones de los modelos. Como
acostumbra a suceder, se hizo especial hincapié en los problemas con solución,
relegando aquellos para los cuales ésta no era conocida. La creencia en que el universo seguía leyes conocidas era general. Modelos que funcionan
como un reloj, aceptación de un universo que funciona como un reloj. Modelos
deterministas, aceptación de un universo determinista.
Se llega así al convencimiento de que la naturaleza obedece a un conjunto de leyes. Las leyes, supuestamente conocidas, vienen
expresadas mediante ecuaciones diferenciales. “Dado el estado de un sistema en
un instante concreto, y conociendo las
leyes, todo su movimiento futuro se halla determinado unívocamente”.
Las
leyes de comportamientos globales

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Francis Galton.
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Francis Ysidro
Edgeworth.
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Karl Pearson.
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Adolphe Quetelet.
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En general, si el comportamiento detallado de los grandes sistemas no
era siquiera planteable, en cambio, resultaba abordable encontrar leyes de su comportamiento en conjunto. La matemática que
permitiría una solución venía de la mano de la “teoría de la probabilidad”.
Ya en el siglo XVIII, los astrónomos
y matemáticos, en sus cálculos sobre
las órbitas de los cuerpos celestes, vieron que, en sus observaciones, los errores se agrupaban en torno a un
valor promedio. De ahí que establecieran la llamada “ley del error”. Adolphe Quetelet (1796-1874) aplicó
este instrumento a las medidas de objetos físicos y mentales de índole social
(nacimientos, matrimonios, suicidios, delitos,...) en una obra, Mecánica social, cuyo titulo mostraba un
deliberado paralelismo con la Mecánica
celeste de Laplace. Sin embargo,
no se pueden ocultar las abismales diferencias
entre las ciencias físicas y las ciencias sociales. En las primeras, los
fenómenos son normalmente repetibles en las mismas condiciones; en las
segundas, los efectos de una prueba
modifican la situación en la que se realizó, sin posible reversibilidad.
En los años 80 del siglo XIX, las ciencias
sociales intentaron sustituir el
experimento controlado de la física.
Tres investigadores merecen nuestro interés: Francis Galton (1822-1911) en antropología, Francis Ysidro Edgeworth (1845-1926) en economía y Karl Pearson (1857-1936) en filosofía.
Así pues, partiendo del estudio de los errores en astronomía, las ciencias
sociales desarrollan y utilizan instrumentos matemáticos para conseguir regularidades en
comportamientos aleatorios. Posteriormente, la física recupera estos hallazgos para
explicar, matemáticamente, sistemas físicos complejos cuyos movimientos no
seguían leyes deterministas.

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James Clerk
Maxwell.
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El físico James Clerk Maxwell
(1831-1879) propuso en 1873, el empleo de la estadística en una sesión de la
Sociedad Británica para el Desarrollo de la Ciencia. Entre otras, planteó la
cuestión fundamental de la determinación de la distribución de la velocidad,
aleatoriamente variable, de una molécula. La teoría cinética de los gases se
había convertido en un área importante del conocimiento científico, y fue
precisamente en la física de los gases
en donde se produce el encuentro entre
el determinismo y la aleatoriedad. El gas es una agregación de partículas
cuyo movimiento individual obedece a leyes dinámicas deterministas. Un
miligramo de gas contiene aproximadamente cien
trillones de partículas. Si observamos la trayectoria de unas pocas de ellas, se verá que siguen
una línea hasta que una choca con otra. Sus nuevas direcciones son
determinables por las geometrías anteriores. Y así, sería posible describir sus
movimientos. Pero cuando ya tendríamos las
leyes de su comportamiento, una partícula exterior al grupo considerado
vendría a modificar las leyes deterministas de su
comportamiento. El todo parece
comportarse de manera aleatoria. Los
científicos de finales del siglo XIX sabían, ya, que un sistema determinista
puede comportarse de manera “aparentemente” aleatoria, pero eran conscientes de
que la aleatoriedad era sólo aparente
y que aparecía en sistemas complejos. Estas explicaciones resultaban igualmente
válidas en el campo de las ciencias
sociales. Los mecanismos que regulan los fenómenos de un subsistema
económico, por ejemplo, se ven normalmente perturbados por influencias
externas, muchas veces inesperadas e incontrolables. De esta manera se habían perfilado
dos tipos de análisis: el más
antiguo, de gran precisión, basado en ecuaciones diferenciales capaces de determinar la evolución del universo y
el entonces moderno, que trabajaba con cantidades globales “promediadas” de sistemas complejos.
Referencias
P. Speziali (ed.): Einstein-Besso.
Correspondence. Herman, París,
1972.